miércoles, 24 de agosto de 2011

El legislador debe retomar las preguntas básicas

Federico Ruiz W.
Politólogo

Cuando el sistema político empieza a dar problemas, y cada vez cuesta más que resuelva los problemas de la población, hay que arreglarlo o cambiarlo. No es nada novedoso decir que nuestro Estado enfrenta serios despefectos en todos sus niveles, y que uno de los principales escollos proviene del poder legislativo.

Sin embargo, frente a una desesperación creciente de la población y alguna parte de la clase política (por demás justificada), se llega a proponer soluciones verdaderamente desatinadas, que vendrían no solo a impedir que un problema se resuelva, sino más a bien a agrandarlo. Un claro ejemplo de esto es la tesis sostenida por algunos, de que la calidad del parlamentario depende de la forma en que un diputado fue elegido y, por tanto, es cambiando el sistema de elección como se va a arreglar, por arte de magia, la Asamblea Legislativa. Nada más lejano de la realidad, puesto que un buen o mal diputado, sale de forma independiente al mecanismo por el que obtiene el escaño.

Otra idea que se maneja es la de "revocar el mandato" al diputado que no cumple con papel. Esto tampoco resuelve el problema de fondo, siendo que más bien -dado el caos político en el que vivimos-, entraríamos a un sistema de campañas interminables, donde el revanchismo político sería la moda. Todos estarían buscando revocar el mandato del opositor y nadie estaría interesado en legislar o buscar acuerdos. Por no mencionar el costo económico de una medida de estas, o de lo injusto que es implantar la remoción como castigo, pero no premiar la excelencia con la posibilidad de reelección sucesiva.

Así se podría seguir mencionado una impresionante gama de ocurrencias (algunas más afortunadas que otras), pero son pocas las ideas que van verdaderamente al fondo del asunto. El problema, es que la ideas que saltan a la palestra están cargadas de buenas intenciones, pero no parten de las ideas fundamentales que conforman el sistema democrático (en el caso particular el poder legislativo).

Si quieren verdaderamente entrar al problema del funcionamiento de la Asamblea, deben todos los señores y señoras diputadas, junto con sus asesores y grupos parlamentarios, partir de las preguntas más básicas: ¿Cuál es la razón de ser del parlamento? ¿Cuál es el papel de un diputado? ¿Cuál es el papel de las fracciones políticas?...

Pensarán algunos que retomar esas interrogantes es perder el tiempo. ¿Lo será? En el último año se ha escuchado que ahora el parlamento está más para el "control político" que para legislar. Se ha hablado de que el papel del diputado es más vigilar al gobierno, que legislar. Se dice que es más importante proteger el derecho a hablar por horas o presentar mil mociones, que llevar un proyecto a votación. Las fracciones carecen de sentido o utilidad, porque los miembros de las mismas hacen lo que les da la gana y si llegan a "independizarse", son tratados exactamente igual que el más grande de los grupos parlamentarios (¿por qué no se hacen 57 fracciones?).

A lo mejor, esa remozada función del congreso sea la apropiada (me niego a aceptarlo), pero lamentablemente no hay discusión al respecto. Simplemente se da como cierta y nadie levanta la voz para oponerse. Las cosas se van sucediendo en una cadena, una tras otra, sin reflexión, consolidando prácticas que van carcomiendo el sistema político.

La oposición ha sido hacia el sistema democrático, más que al gobierno. El oficialismo parece que es únicamente reactivo. Quienes proponen soluciones, no entran al fondo, sino que nos recetan una noble ráfaga de disparates. Cada vez se piensa menos en la razón de ser de las cosas, en lo básico, y sin duda casi nadie analiza las consencuencias del desastre que nos pueden heredar, cuando plantean como receta, tomar un caldo de pollo para curar una quebradura de cadera.

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